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Manuel Yepe

~ Opiniones desde Cuba

Manuel Yepe

Archivos mensuales: diciembre 2008

ESTABA GANANDO

17 Miércoles Dic 2008

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Como, Cuba, Ernest Hemingway, Fidel Castro, Havana, Jibacoa, La Habana, Santa Cruz

En el programa de la visita oficial a Cuba del Jefe de Estado de un país amigo del Tercer Mundo, en 1960, se había previsto, para un domingo, un almuerzo y día de descanso en la playa de Jibacoa, unos 40 kilómetros al Este de La Habana, por invitación del Primer Ministro Fidel Castro.

Hacia allá se trasladó un día antes un funcionario de la Dirección de Protocolo que tenía la encomienda de preparar una casa cuyas llaves nos habían entregado los compañeros de la Marina de Guerra Revolucionaria, especialmente para la ocasión.

Ocurrió, sin embargo, que cuando temprano en la mañana del propio día de la actividad llegaron a Jibacoa otros funcionarios del Protocolo con los víveres, bebidas, vajillas, copas, cubiertos, y hasta los instrumentos musicales que se utilizarían en el ágape, encontraron que el compañero que había llegado el día anterior se había hecho sospechoso a los guarda fronteras de la playa y había sido arrestado, razón por la cual no estaba preparada la casa.

Como no lograron comunicarse con la Dirección en La Habana, tuvieron la feliz iniciativa de gestionar el arrendamiento de un local apropiado para fiestas en Santa Cruz del Norte, un pequeño poblado de pescadores algo más cercano de la capital pero también en la costa norte y en la misma ruta.

En plena autopista interceptaron a la caravana de autos cuando viajaba hacia Jibacoa, como antes lo habían hecho con el ómnibus que transportaba a los artistas.

Desde el poblado de Santa Cruz del Norte se logró comunicación con La Habana para informar al Primer Ministro acerca del cambio de sitio.

Todo parecía felizmente resuelto cuando comenzaron a servirse los daiquiris, mojitos y entremeses a los invitados y los músicos dejaron oír sus instrumentos.

Pero, media hora más tarde, Fidel no había llegado y temíamos que el Presidente comenzara a impacientarse.

Fue entonces cuando entró, por microondas, un mensaje del líder de la Revolución cubana.

Estaba concursando en el Torneo Ernest Hemingway de pesca de la aguja. Se disculpaba por el retraso. En algunos minutos más esperaba poder unirse a su invitado. Sugería que almorzaran sin aguardarlo. Transmití las disculpas al presidente pero mentí en cuanto a los motivos: – Graves problemas de gobierno han impedido al Primer Ministro estar aquí a tiempo, ya se dirige hacia acá.

Media hora más tarde, recibí nuevas instrucciones del Primer Ministro. Estaba ganando el concurso y, por ello, no podía abandonar la justa. Reiteraba su solicitud de disculpas y recomendaba que se sirviera el almuerzo sin esperarle.

– Parece que el primer Ministro ha tenido que convocar una reunión muy urgente del Gobierno, le pide que lo espere y le anuncia que no tardará, – fue el adulterado mensaje que le transmití.

Pasados otros treinta minutos, el alto dignatario extranjero no disimulaba ya su disgusto.

– Es que hay una situación muy tensa en las relaciones con los Estados Unidos y, seguramente, algún asunto grave se ha presentado – trataba de tranquilizarle.

El mandatario extranjero aceptó que se sirviera el almuerzo sin esperar más a su anfitrión, comió con naturalidad y aparentó disfrutar el espectáculo artístico. Pero al cabo del postre se levantó y pidió retirarse.

Mientras subía la comitiva a los automóviles, yo estaba convencido de que acababa de ser testigo de un grave incidente en las relaciones diplomáticas entre las dos naciones.

Pero menos de diez minutos después de que la caravana tomara por la espaciosa Vía Blanca rumbo a la capital, se detuvo abruptamente.

El automóvil en el que viajaba el Comandante en Jefe Fidel Castro, que transitaba en sentido opuesto, la había interceptado. Fidel abrió personalmente la puerta trasera izquierda del vehículo, penetró en él y ocupó el lugar que rápidamente le dejé libre junto al Presidente.

– ¿Ya le contaron que estaba compitiendo en el concurso de pesca Ernest Hemingway? No podía dejarlo porque estaba ganando. En definitiva obtuve el primer premio -, fue el saludo, feliz, del jefe de la Revolución.

– Sí, ya lo sabía. Me alegra mucho. Lo felicito. Estoy muy contento de que haya usted podido venir – dijo el Presidente extranjero.

Y se abrazaron sonrientes mientras que yo, actuando de traductor, sudaba copiosamente.

· Este escrito es el tercero de varios del mismo autor incluidos en el libro del periodista cubano Luis Báez “Así es Fidel”, de la Casa Editora Abril, La Habana, en diciembre de 2008.

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SU HONOR Y SU VERGÜENZA

17 Miércoles Dic 2008

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Celia Sánchez, Cuba, Fidel, Granma, Havana, Juan Velasco Alvarado, Lima, Prensa Latina

De la época cuando trabajé como Director General de Prensa Latina, guardo muchos recuerdos imborrables de contactos con el Jefe de la Revolución.

Se hizo una costumbre que, cuando llegaba a mí alguna información que yo estimaba debía ser de inmediato conocimiento de la alta dirección de la revolución, telefoneaba a Celia Sánchez, la inolvidable asistente de Fidel que se desempeñaba como Secretaria de la Presidencia y se la leía o comentaba.

En muchas ocasiones era Celia quien me llamaba para indagar sobre alguna noticia de la que ya había conocido por otros medios o que sabía que habría de producirse.

En algunas ocasiones, Fidel intervenía en la conversación para indagar algún dato adicional.

En varias ocasiones, Prensa Latina desempeñó un importante papel en la prestación de ayuda solidaria de Cuba a otros pueblos latinoamericanos. Esto ocurrió en una época cuando la mayor parte de los gobiernos del continente no tenía relaciones diplomáticas con Cuba, en servil cumplimiento de un mandato de Washington.

Recuerdo, sobre todo, cuando tuvo lugar en 1970 un terremoto de grandes proporciones en el Callejón de Huaylas, en Perú, muy bien cubierto informativamente por la corresponsalía de Prensa Latina en Lima, encabezada entonces por el periodista chileno Sergio Pineda. Cuando apenas se habían recibido las primeras noticias, recibí una llamada telefónica de Fidel indagando acerca de las características de las comunicaciones de la agencia con su corresponsalía en Lima. Le ofrecí los datos y unos minutos después me volvió a llamar para recabar mi opinión sobre el texto de un mensaje redactado por él que se proponía hacer llegar por medio de Prensa Latina al Presidente del Perú, General Juan Velasco Alvarado, con un ofrecimiento de ayuda médica cubana. Le pedí autorización para consultar también la opinión de otros miembros del equipo de dirección de la Agencia y, una vez hecha la consulta, le contesté que considerábamos que el mensaje era una hermosa expresión de la solidaridad latinoamericana y le sugerimos indicar la disposición cubana de llevar el llamado a la asistencia a Perú a la ONU.

A partir de ese momento tuve que mudarme prácticamente para mi oficina, en comunicación constante con Fidel y Celia, así como con la corresponsalía de Prensa Latina en Perú.

Las conversaciones telefónicas con Fidel, que se extendieron varios días y a cualquier hora del día, la noche o la madrugada, me permitieron dialogar con él acerca de muchas cuestiones que, a mi juicio, me desarrollaron como revolucionario y también como periodista.

Por aquellos días, era habitual que concluyera mi trabajo en avanzadas horas de la madrugada, tras reuniones informales que celebrábamos varios dirigentes de la prensa cubana en la oficina del Director del periódico Granma, Jorge Enrique Mendoza. Con mucha frecuencia participaba también la compañera Celia Sánchez.

Algunas veces llegaba Fidel, generalmente cuando Granma habría de publicar el texto completo de un discurso suyo captado por el Departamento de Versiones Taquigráficas del Gobierno Revolucionario que Fidel revisaba para evitar cualquier incongruencia en la trascripción, y a veces le hacía alguna corrección menor.

A mediados de 1970, año en el que el país se había propuesto lograr una zafra azucarera de 10 millones de toneladas, tuvo lugar el secuestro de un grupo de pescadores cubanos que provocó una enorme indignación en el pueblo y condujo a una confrontación diplomática con Estados Unidos que fue subiendo de tono cada vez más. Durante varios días, Celia nos telefoneaba al grupo de dirigentes de la prensa que éramos habituales en las noches de Granma para pedirnos que fuéramos a la oficina de Mendoza a una hora determinada de cada noche para reunirnos con Fidel.

De esa manera, reunidos con Fidel no menos de dos o tres horas cada noche durante casi una semana, todos habíamos participado en la toma de las decisiones de Fidel en todo lo relacionado con el secuestro de los pescadores cuando se llevó a cabo el acto político de recibimiento de los pescadores cuya celebración tendría lugar frente a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana.

Por ese motivo me permití el lujo de no permanecer en mi oficina durante el acto en el que Fidel formularía un discurso cuyo contenido yo estaba seguro de conocer de antemano. Tampoco quise irme a la tribuna del acto, sino preferí mezclarme con el público para valorar mejor las emociones populares.

Pero ocurrió que, ya llegando al final de su discurso, Fidel se apartó de la orientación que llevaban sus palabras, para anunciar que no se habrían de llegar a producir los 10 millones de toneladas de azúcar que eran la meta en la que el propio Fidel y todo el pueblo habían comprometido su honor y su vergüenza.

Esa declaración provocó consternación en todo el pueblo cubano y particularmente pude constatar la amargura y desolación que cundió en el público presente en el acto. Vi cientos de personas de todas las edades, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, llorar desconsoladamente y una expresión parecía salir de cada boca: ¡Pobre Fidel!, ¡Pobre Fidel!, ¡Pobre Fidel!

Me abrí paso como pude entre la multitud y corriendo llegué a mi oficina en Prensa Latina, justo a tiempo para atender a una llamada telefónica de Celia invitándome a ir enseguida a Granma.

Cuando llegué a la oficina de Mendoza, ya estaban Celia y algunos compañeros allí. Otros llegaron enseguida. Todos acongojados.

Fidel llegó unos quince minutos más tarde y todos nos pusimos de pie, en silencio absoluto.

Nos pidió que nos sentáramos y, en medio de un mutismo que aprecié conmovedor, Fidel dio varias vueltas alrededor de la gran mesa redonda donde nos reuníamos tantas veces, hasta que se detuvo y cuando todavía retumbaban en mis oídos las expresiones de tanta gente en el Malecón, pronunció: ¡Pobre pueblo este!

· Este escrito es el quinto y último del mismo autor incluidos en el libro del periodista cubano Luis Báez “Así es Fidel”, de la Casa Editora Abril, La Habana, diciembre de 2008.

HÁGANLE CASO A ESTE NIÑO

17 Miércoles Dic 2008

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Cuba, Fidel, Fidel Castro, Havana, José Martí, New York City, Nueva York, United States

En 1960. a raíz del desastre que había sido la organización del recibimiento de un alto dirigente europeo, se orientó a la Dirección de Protocolo del Ministerio de Relaciones Exteriores que elaborara un procedimiento típico para las ceremonias de acogida oficial a invitados extranjeros de primer nivel en el aeropuerto José Martí de La Habana.

Tras múltiples consultas a personas y textos, teníamos esbozado el proyecto inicial cuando se nos instruyó ponerlo en práctica, a modo de ensayo, en ocasión del recibimiento que se brindaría al Presidente Osvaldo Dorticós a su regreso de Nueva York, luego de haber participado en la Asamblea General de Naciones Unidas.

Con mucho entusiasmo trabajó todo el personal de la Dirección de Protocolo en los preparativos de la ceremonia.

Se dibujaron en la pista rayas de diversos colores que indicaban los lugares que respectivamente debían ocupar el cuerpo diplomático, los miembros del Gobierno, la prensa, la guardia de honor y la banda de música, así como para indicar el recorrido del homenajeado.

Todos eran informados del lugar que debían ocupar según iban llegando y aquello parecía que marcharía sin dificultad, aunque algunos ministros ya habían manifestado sorpresa por lo que consideraban una excesiva rigidez de las medidas organizativas.

Sin embargo, cuando realmente se puso feo el asunto, fue cuando llegó a la pista el Ché.

Ya se sabía que el Comandante Guevara era un consecuente defensor de los procedimientos organizativos protocolares y, por ello, muchos suponían que pudiera haber sido él quien instruyera las medidas que se habían tomado.

Muy por el contrario, apenas llegó, el Ché manifestó su desacuerdo en forma de burla jocosa: – Mira cuando viene a organizarse el protocolo en el aeropuerto. Hace unos días tuvimos un desorden colosal en el recibimiento de un dirigente extranjero y ahora nos quieren encerrar en jaulas para recibir a un compañero nuestro – bromeó.

Naturalmente, desde aquel momento nadie respetó más los trazos en el piso ni las indicaciones de los compañeros de la Dirección de Protocolo.

Hasta los diplomáticos, y mucho más los periodistas extranjeros y cubanos, se adhirieron a una especie de huelga contra la ceremonia. Ya el avión que conducía al Presidente Dorticós había tocado pista y comenzaban a oírse los motores del aparato cuando arribó al lugar el automóvil que conducía al Primer Ministro, Fidel Castro.

Le expliqué el inconveniente que se nos había presentado para poner en práctica las medidas organizativas que debíamos ensayar y el Jefe de la Revolución pareció no dar mucha importancia al asunto.

Se dirigió con sus largos pasos característicos a un niño, de unos 10 años, que estaba en el área reservada al público y le preguntó:

– ¿Eres pionero?

– Sí, Fidel.

– ¿Sabes poner en orden una fila?

– Sí, Fidel.

– Bueno, ve a poner en orden a esos ministros que no se están portando bien.

Lo llevó de la mano hasta el lugar donde estaban los miembros del gobierno y allí ordenó sonriente: – Háganle caso a este niño que los va a ayudar a ser disciplinados.

A partir del primer grito de ¡ateeención! del pequeño, la ceremonia se desarrolló tal como se había previsto.

· Este escrito es el segundo de varios del mismo autor incluidos en el libro del periodista cubano Luis Báez “Así es Fidel”, de la Casa Editora Abril, La Habana, en diciembre de 2008.

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